top of page
c5232847-7945-4031-886f-23d251e01362.jpg

Corazón de padre

Criada por dos padres que desafiaron los prejuicios de su época, Deborah Villegas Rangel construyó su vida entre el amor incondicional y la fortaleza de una familia poco convencional. Su historia es un testimonio de resiliencia, una mirada profunda al poder transformador del amor y una lección de diversidad que trasciende generaciones.

Por: Juliana Posada Vivas
b5be0719-7b09-4116-9919-4baac27f9fa7.jpg

—Yo nazco en Bogotá. La historia que yo tengo entendida hasta el momento, que es la que me han dado, es que él conoce a una mujer, se enrollan cierto día y termina embarazada. Pero ella no quería tener bebés— lo cuenta sin preocupación.

Quien escuchara su nombre por primera vez posiblemente la dibujaría en sus pensamientos como una actriz de telenovela o de teatro, alguna artista reconocida, tal vez una escritora, pintora o escultora contemporánea. Incluso una figura política poderosa en el país. Pero no es así, Deborah Villegas Rangel es Deborah Villegas Rangel, con su cabello negro que tiene libertad de expresión al momento de mover su cabeza para dejar salir sus ideas, con sus cejas pobladas que guardan una perfecta simetría la una con la otra, con su piel vainilla y, al mismo tiempo, un rostro delgado que advierte una genuina sonrisa cuando trata de recordar su infancia. Mientras realiza algunos gestos con sus manos, tratando de explicar cada escena de su vida, se muestra en su muñeca un tatuaje de caligrafía decorativa con un nombre: Violeta. Se acomoda en la silla y continúa con su historia.

“Mi papá se asesora con una psicóloga que le dice a él que lo mejor es no estar con mi mamá en el proceso de lactancia, que vayan solo a registrarme y ya el brillo en sus ojos oscuros era inevitable”, cuenta.

Nace en la capital de Colombia en 1992, producto del romance de su padre, Jorge Enrique Villegas, un peluquero de la ciudad, y del amor fugaz de una mujer a quien se refiere como Ella, pero quien se llama Aurora Rangel. Aunque su padre estaba ansioso por este acontecimiento, su pareja, presa del miedo y las inseguridades de convertirse en madre por primera vez, decide que no quiere tener a su hija. Pero él, con la ilusión de formar una familia y entregar todo el amor de un padre, le propone un acuerdo: ver por ella como esa figura paterna que siempre había querido ser. La mujer termina aceptando y desaparece de la vida de ambos, dejándolo como el cuidador de la niña.

Al poco tiempo de nacer Deborah, Jorge se traslada a Bucaramanga para iniciar una nueva vida con su hija al lado de su hermana mayor, quien la cuida desde la experiencia al ser madre de dos niñas, y le enseña ser padre por primera vez. Ella se encarga de los primeros días.  “Le enseña a mi papá prácticamente todo lo que tiene que hacer con un bebé porque, era su primera vez como papá”.

A los dos años de vivir en Bucaramanga, su papá conoce a Vladímir Suárez, un joven estudiante de arquitectura, de quien se enamora con el profundo cariño de tener a alguien con el cual compartir su vida y la de su hija. Es así como con el tiempo nace un vínculo paternal entre él y Deby, como ella prefiere que la llamen.

"Siempre hubo una conexión profunda. Me enamoré de ella desde el primer momento en que la vi. Era una niña increíblemente despierta e inteligente", dice Vladímir, con un brillo especial en los ojos al referirse a ella. Para él, Deborah siempre será "la niña", una figura central en su vida. Aunque ahora ella tiene 32 años, está casada y tiene dos hijas, Violeta y Helena, la manera en que su papá la recuerda nunca ha cambiado.
 
Desde pequeña, estuvo rodeada de una familia que la cuidó y la quiso como propia. El que siempre estuvo cerca de su madre, quien para ella fue como una abuela, compartió con ella un vínculo que traspasó las fronteras de la biología. Junto con su tía, ambos se encargaron de cuidarla como si fuera la primera nieta, mimándola y dándole todo su amor.
 
—Recuerda aquellos días con cariño y nostalgia. "Mi mamá la cuidaba mientras vivía con nosotros. Era la adoración de todos en la casa… y sigue siéndolo", considera, con la misma ternura de aquel tiempo. Es evidente que el cariño entre ellos sigue intacto, a pesar de los años y los cambios en las vidas de todos.
 
En una ocasión, esta niña bromeó sobre cómo se refiere a sus padres adoptivos para evitar confusiones: "Yo empiezo a llamarlos 'papi número uno' y 'papi número dos' para no confundirme", comenta, dejando ver cómo esos recuerdos de la infancia siguen siendo una parte esencial de su identidad, aunque el tiempo haya pasado y su vida haya dado nuevos giros.

 

Es aquí donde vale la pena recalcar que, en estos momentos de la sociedad contemporánea, la adopción por parejas homoparentales fue reconocida legalmente en Argentina antes de la aprobación del matrimonio igualitario en 2016, un hecho que marcó un hito en la historia del país y que permitió a familias como la de Deborah consolidarse en su derecho a formar un hogar lleno de amor y respeto.

Crece con sus dos padres, quienes, desde el amor y la ternura, le enseñan e inculcan valores, porque siempre trataron de que la pequeña tenga una infancia normal. De esta manera, ambos ponen figuras femeninas en su vida para que le enseñen lo que para ellos escapaba de sus manos.

 

En el colegio, cuando llegaba el Día de la Madre, hacía un regalo para sus padres, celebrándoselos con sus manualidades escolares. Además, siempre apreció la franqueza con la que sus padres le hablaban sobre temas considerados tabúes por desconocidos. “Ellos siempre fueron muy sinceros conmigo y, desde el principio, me dijeron: esta es tu familia”. Nunca lo sentí como algo extraordinario o fuera de lo común. En el colegio jamás recibí comentarios ni preguntas incómodas. Sin embargo, había fechas que me hacían reflexionar. Por ejemplo, en ocasiones especiales, como el Día del Padre, pensaba: ¿a quién le doy el regalo? Si tenía que hacer un detalle y una carta, se lo dividía: uno recibía el regalo y el otro la carta.

 

—Aunque mi infancia estuvo libre de críticas y prejuicios hacia mi familia, hubo un momento que me desconcertó. Una amiga, en una conversación aparentemente Inocente, me dijo: “Bueno, al menos yo tengo papá. Esas palabras, que escaparon sin intención de herir, me dejaron pensando. Sin embargo, con el tiempo las transformé en un recuerdo envuelto en humor, que terminó diluyendo cualquier incomodidad.

“Deborah era una niña muy especial. Siempre tenía una manera única de ver las cosas, como si todo tuviera un lado positivo, aunque a veces yo no lo entendiera. Recuerdo que éramos inseparables en el colegio. En los recreos, nos inventábamos historias o juegos, y ella siempre terminaba haciendo reír a todos,” cuenta Carolina Sánchez, amiga de la infancia de ella.

Aunque la Constitución Política de Colombia, en su artículo 44, ampara el derecho universal de todo niño a tener una familia, la adopción homoparental sigue cargando con el peso de los prejuicios, especialmente de grupos religiosos o sectores conservadores. Viví algunos de estos juicios de manera indirecta.

Recuerda una anécdota que, sin saberlo, marcaría un momento clave en su amistad: “Una vez, en primero de primaria, le dije algo que hoy pienso que fue muy tonto. Estábamos hablando de nuestras familias y le solté, como quien no mide las palabras: bueno, al menos yo tengo papá. Ni siquiera sé por qué lo dije. En mi cabeza no sonaba mal, pero al ver su cara, me di cuenta de que algo en mí había metido la pata.

 

”Con el tiempo, su amiga entendió mejor lo que esas palabras pudieron significar. “No era que ella se sintiera mal por su familia, para nada. Al contrario, estaba orgullosa de sus papás y de cómo la criaron. Pero creo que en ese momento yo abrí una puerta a una conversación que no estábamos listas para tener. A pesar de eso, nunca hubo resentimientos. Ella se lo tomó con el humor que siempre la caracterizó, como si nada pudiera realmente afectarla.

 

”Destaca la resiliencia de Deborah: “Era increíblemente madura para su edad, aunque no dejaba de ser una niña con sus travesuras. Jamás le oí quejarse de nada. Si alguien hacía un comentario sobre su familia, simplemente lo ignoraba o lo transformaba en algo divertido. Creo que eso me enseñó mucho. Hasta el día de hoy, la admiro por esa fuerza.

 

”—La curiosidad infantil a veces llevaba a preguntarme quién era mi madre y cómo sería. Pero el miedo a alterar mi nueva vida y convertirme en un secreto silenciaba la mayoría de esas preguntas. Nunca hablé del tema con mis papás. “Ella nunca preguntaba por su mamá. Nunca se sintió mal por eso. No era una niña deprimida ni que necesitara un psicólogo. Jamás llegamos a decirle: *tu papá y yo somos pareja*, porque para ella era normal. Dormía con nosotros, se bañaba con nosotros, y adonde fuéramos, siempre iba. Creció viendo a un par de amigos,” recuerda Vladimir, evocando con nostalgia mi infancia.

Viví algunos de estos juicios de manera indirecta. Mientras cursaba primero de primaria en un colegio de monjas, me sometían a constantes sesiones de psicología. Según las hermanas de la institución, algo no encajaba a los ojos de Dios.

 

A pesar de eso, encontré amigas y participaba en las actividades religiosas del colegio. Pero lo que para mí resultaba irrelevante sí molestaba a mis papás. La tensión con las monjas creció, y finalmente, mis papás decidieron retirarme de la institución.

 

“No sé si ellos son masoquistas o qué, pero me metieron a un colegio de monjas. Increíblemente, tengo un papá católico y otro cristiano. ¡No entiendo cómo!”, recuerda entre risas e ironía.

Pese a estas peculiaridades, siempre me sentí como cualquier otra niña. “Era una niña como cualquiera: con sus cosas, cansona en muchas, muy noble en otras,” afirmo con serenidad al rememorar esos años. Jorge, más estricto, intentaba protegerme con reglas rígidas, mientras que el otro adoptaba un enfoque más relajado, tratando de comprenderme. “Podría decirse que Vladímir era como el alcahueta,” digo entre risas, recordando la complicidad que compartíamos.

 

Cuando cumplí nueve años, poco después de mi primera comunión, ambos tomaron la difícil decisión de separarse. Las diferencias entre ellos, marcadas por el carácter complicado de uno de ellos, hicieron insostenible la relación. Sin embargo, él no se alejó del todo. Regresó poco después con el pretexto de verme e intentar mantener unida a la familia. Pero el esfuerzo fue breve; un año más tarde, ambos aceptaron que el final era inevitable y cerraron ese capítulo de nuestras vidas para siempre.

15d1f5b2-ec4c-4d4d-8c91-88279d00fc12.jpg

—Con la inocencia incomprendida de una niña que temía a la ruptura de ese lazo donde se formó un amor especial, intentaba unirlos a través de cenas, momentos especiales, entre otras actividades. Nada funcionó. “Mi papá Jorge le prohibió al que me viera, como un castigo a la ruptura, por tanto, siempre pensó que le era infiel con la pareja que al poco tiempo consiguió”.

Pero esto no fue un impedimento para que se encontraran, porque a través de estrategias y excusas llegaba donde estaban y se hablaban, siendo este su secreto. Cuando cumple quince años que vuelven a hablar como antes, aunque menciona que no era lo mismo. La relación entre ambos se hizo más pequeña en afecto.

“Cuando la conocí, supe de inmediato que era una mujer especial. Hay algo en su forma de ver la vida, de tomarse las cosas con humor, que te atrapa. No solo como pareja, sino como persona. Me contó su historia desde el principio, sin filtros ni rodeos, y lo que más me impresionó fue la fortaleza que ha tenido para enfrentar todo con una sonrisa,” cuenta Andrés Rodríguez, esposo de Deborah. 

En su infancia no se interesaba por los niños que formaban parte de su vida, era juiciosa, y más por las reglas de su padre, quien le prohibió tener novio hasta que cumpliera los quince años. Fue entonces como a los dieciocho años su mirada se dirigió a los encantos masculinos y conoció a Gustavo Adolfo Molano, papá de su hija Violeta, con quien se casa al poco tiempo. Pero se separan y Deby le da una oportunidad al amor por segunda vez con un hombre a quien llama Andrés, y a quien ve como un padre ejemplar para sus hijas.

La relación que ella tiene con sus hijas, especialmente con Violeta, fruto de su primer matrimonio. “Desde el primer momento entendí que, si quería estar con ella, tenía que ganarme no solo su amor, sino también el de sus niñas. Violeta y yo nos llevamos muy bien. Creo que lo que más me ayudó fue la confianza que siempre ha tenido en mí. Nunca me sentí como un intruso, sino como alguien que sumaba a su vida”. 

 

Este hombre valora cómo su esposa le ha dado espacio para construir una relación auténtica con las niñas: “Siempre me dice que no se trata de llenar vacíos, sino de ser un apoyo para ellas, un modelo positivo. Yo intento estar a la altura, porque sé lo importante que es para ella que sus hijas tengan una familia llena de amor y respeto. 

—Es una mujer que ha aprendido a reinventarse. Ha pasado por momentos difíciles, pero siempre encuentra la forma de salir adelante. Su amor por la familia, su forma de ser mamá y su capacidad de reírse de lo malo son lo que más admiro de ella. Siento que al final, el amor nos encontró en el momento perfecto".

En 2016, Deborah llegó al Congreso de la República con la mirada firme y la frente en alto, lista para hablar sobre el referendo de adopción para parejas homoparentales. Tomó el micrófono y se dirigió a la audiencia, que la observaba atentamente. Entre el público, se encontraban grupos religiosos, incluido un sacerdote, que al ver una imagen proyectada en la pantalla —donde aparecía junto a sus dos padres en una iglesia representativa de la ciudad— no pudieron disimular su asombro. En el otro lado, también estaban las personas que apoyaban la adopción por parte de parejas del mismo sexo, quienes estaban allí para respaldar el tema.

Sostiene que le gusta participar en la vida política, aunque manteniendo un bajo perfil, le molestan las injusticias y las verdades tergiversadas. A pesar de no pertenecer a la comunidad LGTBIQ+ ni involucrarse en las marchas, le interesa el respeto a la diversidad familiar y a las causas justas. Cree que todas las familias no deberían clasificarse por homoparentales o heteroparentales, sino tener un apoyo emocional y psicológico para criar y educar a los hijos. Es creyente del deber de preparar a las personas no solo desde la educación sobre los métodos anticonceptivos, sino desde la responsabilidad para decidir si quieren ser padres o para enseñar sobre la crianza y el cuidado. “Yo soy muy peleona en ese sentido— decía riéndose con complicidad”.

 

Aunque hoy en día valora profundamente la figura materna y el vínculo que se genera alrededor de esta, cree que no es imprescindible para el bienestar de un niño. Para ella, lo fundamental es contar con un cuidador principal que se preocupe por el bienestar del niño. “Más allá de lo materno, lo importante es tener a alguien que asuma el rol de cuidador, que se ocupe de su hijo con amor y dedicación”, afirma con firmeza.

2618340e-4e25-49bf-ad3f-2b408e25dd6a.jpg

A pesar de esta perspectiva, no oculta que la ausencia de su madre durante su infancia dejó una pequeña herida. Reconoce que, cuando era niña, no buscó a su madre, y que esa falta de interés también la afectó. Sin embargo, ha logrado sanar esas cicatrices a través de su papel como madre. “Lo entiendo perfectamente y lo sano a través de mis hijas”, confiesa, con una mirada que refleja la profunda conexión que tiene con ellas.

A su concepto, la familia es mucho más que un vínculo biológico; es un círculo de apoyo, un espacio donde se construye el amor día a día, basado en la convivencia y el respeto mutuo. Un lugar donde se puede hablar de lo cotidiano sin adornos ni tabúes. Si bien reconoce que el entorno infantil influye en la personalidad de cada uno, cree que cada persona es también el resultado de su propia autoridad y temperamento. “Los seres humanos somos una suma de factores. Mis padres influyeron en mi vida, pero también aprendí a ver y vivir a través de mis propios ojos”, reflexiona.

Uno de los mayores miedos de Deborah es el de faltarles a sus hijas. “Mi mayor miedo es faltarles”, dice, con una vulnerabilidad que se refleja en su voz, como si cada palabra estuviera impregnada de ese temor visceral de no estar ahí para ellas cuando más lo necesiten.

806fbe5a-a2bf-456d-98a1-aec3144c4c3a.jpg

En su hogar, Vladimir, su compañero de vida, ha logrado ganarse el amor de su hija Helena, quien cariñosamente lo llama “papá”. Sin embargo, la relación con Jorge, su otro padre, es más distante. Según ella misma, la razón radica en las diferencias de temperamento: siempre le exigió mantener una imagen más pulida, propia de una diva de televisión. “Él, que trabaja en peluquería, quería que tuviera el cabello siempre arreglado, las uñas perfectas. Y yo soy mucho más descomplicada”, recuerda con una sonrisa ligera.

A lo largo de su vida, ha tenido que enfrentar preguntas curiosas y a veces malintencionadas sobre la influencia de sus padres en su orientación sexual. Pero siempre responde con convicción y seguridad. “Mi orientación sexual no depende ni cinco de lo que mis papás son”, subraya, dejando claro que sus decisiones son completamente personales y no están definidas por su entorno.

Para ella, la autonomía en las decisiones que forman la personalidad es fundamental. Está convencida de que no hay influencias externas que determinen la orientación sexual de una persona, pues cree que, al final, el amor no se elige. “Lo que los define como diferentes es el amor. Esa química del enamoramiento no la eliges”, explica, con la sabiduría de quien ha reflexionado sobre el tema profundamente.

 

 

 

En cuanto a la identidad, Deborah la ve como una construcción personal. Es una suma de las experiencias vividas, los aciertos, los desaciertos, y, sobre todo, las convicciones que una persona desarrolla a lo largo de su vida. 

8702cbe1-a5d6-490a-b355-ae6212e5df7b.jpg

“Cuando aprendes a conocer tus propios límites, no eres capaz de trasgredir los de los demás, y te das cuenta de que el otro es igual de valioso que tú”, reflexiona, con una mirada de entendimiento profundo sobre la importancia del respeto.

Este enfoque sobre el respeto al otro, que es la base de su crianza, es también el principio que considera crucial para poner fin a la segregación ideológica que persiste en Colombia. Ella está convencida de que este mensaje debe llegar a todas las instituciones sociales, porque la lucha por la igualdad no se detiene en la familia, sino que debe expandirse hacia cada rincón de la sociedad.

Con su vista clavada en la ventana de su casa, mientras un pájaro se oye cantar sobre la rama de un árbol, ensimismada en sus pensamientos, suelta un suspiro y con su serenidad al hablar y la rebeldía de su cabello se dirige nuevamente a mí.

eac50e1e-d7d0-4f43-92c9-a745281a6c56.jpg

—Es un bonito día. ¿Verdad?

Las opiniones aquí expresadas por los autores no representan la visión o la ideología de la Universidad Externado de Colombia.

Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin autorización escrita de sus titulares.

Noviembre-Diciembre 2024

El arte es ser familia

image.png
bottom of page